Un grano es ridículo. Varía su ridiculez en función de su tamaño y localización, pero siempre lo es. A mi me ha salido uno en el codo izquierdo. Justo ahí, en el vértice de la articulación, se erige el volcán.
Nunca había caído en la cuenta de la importancia de mis codos. Con este grano en pleno apogeo, no puedo utilizar el reposabrazos del tren. No puedo poner los codos en la mesa mientras como (aunque sé que es de mala educación). Cuando pienso, no puedo reposar mi cabeza en mi mano, que a su vez se apoya en el codo sobre la mesa. ¡Hasta tengo dificultades para marcarme un corte de mangas!.
Así pues, dedico este post a los codos, esa olvidada parte de nuestra anatomía que colabora silenciosamente en nuestros gestos cotidianos.
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