Can you see the alligator?

Desierto de Arizona. Phoenix, Arizona (US). Mayo 2008

Planeta Imaginario

Mi niñez pertenece a la época en la que no habían Playstations ni teléfonos móviles. Sólo dos canales en la televisión. Sin embargo, por increíble que les parezca a los niños de hoy en día, no nos aburríamos. Nuestra imaginación era espoleada por programas que han quedado grabados a fuego en nuestras memorias. Planeta Imaginario era uno de ellos. Alucinaba cuando veía aquél tornillo volante y el aplique giratorio. Conocí a Miró y a su obra gracias a las historias de los muñecos de papel maché. ¡Qué nostalgia!.

Amanecer en las nubes

Algún lugar entre Barcelona y Londres. Febrero 2008.

París bien vale una misa

París, Octubre 2007

Invisible. (Paul Auster)

Mi segundo libro en dos semanas. Señores, si quieren tener tiempo para leer, váyanse a vivir a 100 kilómetros de su lugar de trabajo y háganse habituales del tren.

Este es un libro típicamente austeriano: un escritor atormentado, la muerte, tensión sexual y caminos que se cruzan. Un poco novedosa es la aparición de otras ciudades además de New York, así como de parajes que nada tienen que ver con los típicos escenarios de Auster. Lo que más recordaré es el - literalmente - sonoro final.

Noches de cine

Me gusta el cine. Siempre me ha gustado. Uno de los juguetes que más aprecié en mi infancia fue el Super Cine Exin. A los 7 años participé en una conocida producción catalana. Ya conocen de mi actual amistad con Brad Pitt.

Recuerdo esas noches de sábado cuando había cine en casa. Cuando no existía el zapping. Mi padre, después de una larga semana laboral, podía estar con nosotros y la familia disfrutaba de una buena película ante el televisor. Qué recuerdo tan bonito.

La bella y el metro

NOTA: Ahora que cada día voy en metro no dejo de pensar en esta canción, que dura aproximadamente lo mismo que mi trayecto suburbano.


Entre el infierno y el cielo,
galopando entre tinieblas
de la periferia al centro
del centro a la periferia,
el metro.

Con ojos de sueño viene
cruzando la madrugada;
regresará a medianoche
con el alma fatigada,
el metro.

Cargando arriba y abajo
íntimos desconocidos,
amaneceres y ocasos
con dirección al olvido.

Por sus arterias discurre
presurosa humanidad,
el alimento que engorda
la ciudad.

De reojo se miran,
de lejos se tocan,
se huelen, se evitan,
se ignoran, se rozan;
y en el traqueteo
del vagón hipnótico
cada quien se inventa
la suerte del prójimo.

El escritor ve lectores,
el diputado, carnaza;
el mosén ve pecadores,
y yo veo a esa muchacha
del metro.

Los carteristas ven primos,
los banqueros ven morosos,
el casero ve inquilinos
y la pasma, sospechosos
en el metro.

El general ve soldados;
juanetes, el pedicuro;
la comadrona, pasado;
el enterrador, futuro.

La bella ve que la miran,
y el feo ve que no está
solo en este mundo que
viene y va.

La bella se deja
mirar mientras mira
la nada que pasa
por la ventanilla.
Distante horizonte
de cristal de roca,
ajena y silente
flor de mi derrota.

El revisor ve billetes;
el sacamuelas ve dientes,
el carnicero, filetes;
y la ramera, clientes
en el metro.

Los avaros ven mendigos,
los mendigos ven avaros;
los caballeros, señoras;
las señoras, tipos raros
en el metro.

El autor ve personajes,
el zapatero ve pies;
el sombrerero, cabezas;
el peluquero, tupés.

Los médicos ven enfermos,
los camareros, cafés;
yo sólo la veo a ella:
la bella,
la bella,
la bella que no me ve.